Ojalá tarde

Todo ha cambiado. Hasta los sueños. Los despertares ya no son apresurados, y la hora de la comida cada día se retrasa más. La terraza de mi casa se ha convertido en mi bien más preciado, en esa bocanada de aire necesaria para seguir sobrellevando el día, y en esa conexión con el mundo. Porque no son las noticias de la televisión lo que me hacen acercarme a la realidad, es la luz, el sol, la lluvia, el viento sobre mi cara. Somos animales y necesitamos tener ese contacto con la naturaleza para estar en plenitud. Lo artificial solo nos hace la vida más cómoda. El grifo, la taza del váter, la mesa donde comemos, la cama… Pero… ¿ahora mismo no cambiarías todo eso por una andada en la montaña? ¿O por un atardecer en la orilla de una playa? Son esos instantes los que dan sentido a la vida, por lo menos, a la mía.

Y todo eso volverá, y quizá las primeras veces sean mágicas, quizá las valoremos de sobremanera por todo lo que no lo hemos hecho antes, porque lo dábamos por hecho. Damos por hecho tantas cosas… y la mayoría de ellas no son infinitas, nada lo es, porque sea lo que sea tiene los días contados, con un máximo de lo que dure nuestra vida.
¿Cuánto durará esa sensación? Ese valorar los placeres de los que ahora mismo estamos privados, esa solidaridad emergente en la sociedad… ¿Será para siempre? Siempre no existe, nada es constante y mucho menos, los sentimientos.
Volverán los atardeceres, los abrazos, las prisas, los viajes, y las ansiadas cervezas en una terraza, con sol. Todo volverá y estoy convencida, que también lo hará el olvido. Y todos sabemos que, “quién olvida su historia está condenado a repetirla”. Ojalá no sea así, ojalá tarde.

Comentarios