El amor edificado



Foto: Eva Aznar
Le gustaba introducir los dedos en un saco de judías. Disfrutaba con las pequeñas minucias de la vida :))

Merece la pena recorrer los 1000 km que separan París de Zaragoza, merece la pena sólo por sentir a Yann Tiersen como la banda sonora que te acompaña. Las notas casi se pueden oír de fondo mientras recorres el barrio de Montmartre, lugar donde se rodaron la mayoría de las escenas de la película.

Parece que el lugar quedó inmortalizado desde que vio por primera vez esa pequeña sonrisa escondida bajo carmín rojo. Le enamoró a él, y nos enamoró a los demás. Es la misma mueca de felicidad que nos acompañará durante todo el recorrido.

Una cafetería roja que hace chaflán, punto estratégico para observar ambas calles. Es igual de curiosa que los visitantes que se acercan hasta aquí a tomar un café, eso, e ir al baño. Porque lo que viene siendo un simple retrete, alberga en su interior un pequeño tesoro. La lámpara del cerdito que Amelie tiene en su mesilla y una réplica del enanito viajero que vuelve loco a su padre, son algunos de los objetos que podemos observar a través de un cristal.

Naranjas, manzanas y albaricoques cualquiera que reposan en los mismos expositores donde el señor Collington humillaba constantemente a Lucien. El tendero actual no quiere que su personaje caiga en el olvido, y parece haber adquirido su misma personalidad. Pero su falta de alegría no rompe el encanto de poder formar parte de la misma clientela que la chica del vaso de agua.

Es inevitable visitar la Catedral de Notre Dame y no mirar con temor al cielo, pasear por el metro y no desviar los ojos bajo los fotomatones, pero sobre todo, es imposible subir las escaleras del Sacre Coeur y no seguir el camino del dedo que mira a la luna, aunque ya sabemos que el tonto, mirará al dedo.

Un París único, visto a través de la mirada de Amelie Poulain.