Mil soles espléndidos



Salió el sol como todos los días y como todos los días también, comenzó su búsqueda entre los desperdicios que nadie quiere, la basura. Entre restos de comida, latas vacías y cajas de leche que todavía derraman sus últimas gotas se encontraba el que sería su pequeño tesoro.

Lo toco con suavidad, como si de un jardín de flores se tratase y no de un contenedor verde, y lo saco de aquella muchedumbre entre sus manos. Estaba envuelto en papel de regalo, aunque era obvio lo que se escondía tras él: un libro, una historia encerrada entre dos tapas de cartón. Y una flor, concretamente una rosa roja que no desprendía olor.


Se alegró y sonrió, y después de que pasará la euforia inicial se paró a pensar el porqué de su ubicación. ¿Cómo había llegado aquel maravilloso regalo hasta allí? Y comenzaron a rondar las hipótesis dentro de su cabeza. Seguro que un hombre había descubierto una infidelidad de su amada y había decidido tirarlo a la basura antes de dárselo, se había enfadado tanto que lo había arrojado sin compasión hasta el fondo de aquel contenedor. O quizá se había dado cuenta de que ese volumen ya se contemplaba en la pequeña biblioteca de su pareja y quiso deshacerse de él antes de que ella se diera cuenta. Fuera lo que fuese ese libro estaba ya en sus manos y ahora, era suyo.    

Nada fue así, ese libro era mi regalo del día de la madre y acabo en aquel contenedor junto con el resto de bolsas de basura que saque de mi casa. Lo tiré por confusión, y cuando volví a buscarlo, ya no estaba. Ahora es tuyo, Mil soles esplendidos que espero que brillen cada día con más luz. Y recuerda, los libros no nos pertenecen, léelo y vuelve a dejarlo en algún lugar, para que esa historia que encierra sea leída por ojos de todos los colores.