Destino: Brasil


Lloré mucho antes de viajar a Brasil porque tenía miedo. Miedo a lo desconocido y a lo que yo daba por hecho que sabía de este País. La prensa hace mucho daño a la imagen que nos hacemos en la cabeza. Y creía que en el aeropuerto estarían esperándome dos delincuentes pistola en mano. He exagerado, pero es para que me entendáis.

La noche anterior directamente no dormí. Parecía que al día siguiente ingresaba en un campo de concentración nazi, y nada que ver con la realidad, me marchaba de vacaciones durante tres semanas a uno de los países más bonitos que existen. Estoy segura que a más de una persona le entraron ganas de quitarme la tontería con una buena bofetada en la cara. Y no es para menos.

Y ahora 8 meses después, solo puedo decir esto.

Mi primera parada fue en Sao Paulo, una de las ciudades más pobladas del mundo. Hay gente en todas partes, y a hora punta se pueden llegar a formar atascos de más de dos horas para recorrer tan solo 15 kilómetros. Sus calles son una foto de la España de hace 30 años: los postes de la luz, la construcción, las aceras, las decenas de papeles que cuelgan en los establecimientos ofreciendo trabajo.

Y la gente, que decir, la gente es excepcional. Sao Paulo es multicultural. Y no me cruce con una sola persona que no esbozara una sonrisa. La alegría allí siempre está presente, en los más ricos, en los más pobres. Será el clima, o seré yo que también estoy feliz y lo recuerdo así.

A tan solo dos horas en coche de la urbe tienes playas de ensueño, de esas que hasta ahora solo había visto en revistas, y que parecían tan inaccesibles. Pues están aquí, esperándome en pleno mes de Abril (en Brasil es otoño) con una temperatura idílica. Arena blanca, infinita. Grandes arboledas a su alrededor, en las montañas que la rodean. El auténtico paraíso que tantas veces hemos pedido al soplar una vela de cumpleaños.




Tuve la oportunidad de visitar Caraguatatuba, Guatatuba y Paraty. Tres pequeños pueblos de la costa que te ofrecen rincones únicos. Da igual donde mires, todo lo quieres captar en una instantánea. Son aguas cristalinas llenas de barquitos pesqueros, llenas de personas dispuestas a no hacer de hoy un día más. Hay música, la hay en todas partes. Y hay bullicio, allí las ciudades están vivas.

Rio de Janeiro es indescriptible. Ver la ciudad de abajo arriba no dice mucho, la verdad. Podríamos estar perfectamente en las playas de Salou tomándonos una caipiriña, con unos hombres más mazados y unas mujeres más ligeritas de ropa, eso sí. Pero verlo desde las alturas es impresionante. Y si existe una palabra aún más exagerada, sustitúyela por impresiónate, porque lo es.

Desde el Pan de Azúcar todo es gloria. Mis colores favoritos son los predominantes: azul y verde. Y se respira libertad. Estoy segura de que es el aire más sano que mis pulmones han podido probar. Y el Cristo Redentor, situado a más de 700 metros sobre el nivel del mar. Una estatua que mide 38 metros subida a un pedestal de otros 8 metros. Allí todo es grande, por dentro, y por fuera.

El último destino fue Iguazú. Una de las maravillas del mundo. Solo decir que ninguna fotografía que podáis ver de sus cataratas le hace justicia. Es algo que no te pueden contar, tienes que verlo.

Y como he dicho, han pasado 8 meses desde que visite Brasil y éste es el recuerdo que tengo. No puedo decir nada malo, todo es bueno. Nadie me atracó ni sentí inseguridad en ningún momento. Cierto es que era una aguja en un pajar. Allí hay mucha gente, y somos aún menos importantes para los de arriba.

También existen muchos problemas políticos por la falta de igualdad que llevan a la inseguridad ciudadana, pero su gente lucha por ello y estoy segura que lo conseguirán. Tienen que hacerlo. Espero que nadie sea capaz de negar la paz en el paraíso. Porque si Brasil es algo, es el paraíso terrenal.


Si alguna vez tenéis miedo al salir de vuestra zona de confort, leer este artículo: http://viajandoporahi.com/el-miedo-a-viajar-y-por-que-no-hay-que-dejar-que-nos-frene

A mi me ayudo mucho :)