SON MIS AMIGAS (Y NO LAS DE AMARAL)

No voy a pararme a contar con los dedos cuantos amigos tengo, prefiero tenerlos lo más estirados posible para que mi mano llegue siempre hasta ellos.



Nunca la cantidad fue más importante que la calidad.


Pues bien, hoy voy a dedicar estas líneas a dos de ellos, ellas en este caso, que son sin duda alguna, las más especiales. El resto no debe molestarse, igualmente estáis presentes, sois esos pequeños suspiros que llenáis mi maleta, y que sin vosotros estaría prácticamente vacía (algún que otro libro, unas cuantas zapatillas y poca cosa más). Y no me olvido de mi familia ¡eh! Lo que pasa es que ellos vienen en otra maleta, en la de mano. Siempre conmigo.

Ellas viajan aparte, les he tenido que facturar porque me han hecho quedarme solo con lo imprescindible, con lo que necesito diariamente. Y es que, cuando la amistad es de verdad, no es necesario ver para estar. Así que, como el resto del equipaje lo recogeré en el destino, me ha parecido bien que viajemos en paralelo y nos encontremos al aterrizar. A partir de ahí, ya caminaremos juntas. Y siempre, siempre, siempre volveremos a viajar.



Y eso hemos hecho. Andar al mismo ritmo pero sin entorpecernos. Con alguna zancadilla, pero dándonos la mano para coger el impulso más fuerte. Riendo y llorando pero nunca a la vez. Si lo hubiéramos hecho a la par no habría podido haber consuelo. Una tiene que ser fuerte, para ayudar al resto. Pero sin repetir. Cansa y aburre tener siempre el mimo rol.

Dicen que dos es compañía y tres son multitud. Pues lo desmiento, y con letra bien grande: LO DESMIENTO. Tres es la cifra perfecta para mantener el equilibrio, para que siempre haya una voz racional que vea la realidad. Para turnarse el estar atento, y tener el espacio suficiente para poder volar. Porque en esta vida, nos guste o no, estamos solos. Rodeados de gente, pero desnudos ante las adversidades. Solo nuestra cabeza es capaz de afrontarlas, aunque el apoyo de los más cercanos sea incondicional.




Y por eso las quiero, os quiero. Porque llevamos toda una vida caminando a la par. Sin quitar de vuestra mejilla las lágrimas, sino haciéndoos llorar aún más fuerte. Para que no quede nada dentro. Para que cuando superemos esta racha vuelvas a ser como antes. Da igual el tiempo que estés triste, cuando dejes de estarlo quiero verte a ti. No tu tú modificado, si no tu tú fortalecido. Pero Tú, el que me enseñaste esa noche de verano cuando todavía teníamos 12 años y no teníamos ni idea de cómo iba esto.

Y porque siempre reímos juntas. ¡Qué bonito es ver que tus labios forman un semicírculo! ¡Siempre hacia arriba! Porque los de abajo querrán verlo al revés, pero yo no te voy a dejar. Te empujaré siempre del brazo para que nadie te haga daño, aunque muchas veces no llegue a tiempo y ya te lo hayan hecho. Seguiremos adelante, y lo olvidarás, o por lo menos lo sentirás con menor intensidad. Ya lo sabes.






Haremos muñecos de nieve y corazones en la arena. Nos quedaremos sin aliento al subir una montaña y dormidas al son de los acordes de una guitarra. Lo haremos en nuestra ciudad y en muchas otras. Bajo el sol de Cádiz y entre la muchedumbre de Ibiza. En tu querido pueblo de Guadalajara, al que casi ya queremos igual que tú, o en tu apartamento de la playa. En el bar de siempre, y en muchos otros lugares que todavía nos quedan por conocer.



Pero lo haremos juntas y separadas. Porque después es importante que siempre tengamos algo que contar. Que cada una adquiera su sabiduría para poderla compartir, y que tengamos tantas historias en común que algún día podamos llenar unos cuántos álbumes de Hoffman. Aunque uno al año no está nada mal.

¿Os ha gustado hasta ahora? Preparaos para lo que queda por venir. Porque no sé vosotras, pero yo voy a seguir estando siempre ahí, aquí, agarrada de un lado a la vida y del otro a vuestra mano para que cuando el viento sople muy fuerte, no se os logré llevar.



Para “la pequeña” Sylvia y “la morena” Silvia, aunque todo el mundo piense que es al revés.



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