Estaba tan absorto en sus pensamientos que un huracán no
hubiese conseguido hacerle pestañear. Mirada perdida en el horizonte con un
muro en medio, manos temblorosas y estómago cerrado, tanto como lo estaba su
mente en esos momentos. El único alimento que ingería desde hace varias semanas
eran las lágrimas que caían de sus ojos, y había adelgazado 3 tallas de pantalón
sin ni siquiera haberse quitado el pijama desde entonces.
Oía tan de lejos el teléfono que nunca pensó que le llamarán
a él, y respondía por inercia al locutor de la radio cuando éste lanzaba
preguntas retóricas. No estaba en sí, estaba fuera de. De ser feliz.
Lo aisló el egoísmo humano. La falta de sinceridad en el
amor, la confusión entre líder y jefe, la poca motivación al que hace algo
bien, la envidia del que se hizo llamar su amigo, la poca amabilidad al subirse
al metro, el móvil que le robaron a la fuerza, la silla de ruedas que arrastraba
desde hace nueve años.
...
Le habían llamado varias veces cara dura pero nunca se había dado por aludido. La vida es una y esta para vivirla, para que él la viva. Trabajaba lo justo para considerarse un trabajo, ahorraba lo necesario para llegar a comprar un libro al mes, que nunca gastaba en un libro. Y había decidido que las reglas están para saltárselas, aunque sea cayendo encima de otro y dejándole chafando en el suelo.
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