El primero de los últimos veintidós días


Escondido tras la pared opaca. Vestido íntegro del color de la noche, sin luna llena. Pensando sin pensar en qué, y sintiendo sin saber por qué. Allí se quedó paralizado. En silencio. Como si no hubiera llegado a nacer.

De vez en cuando deseaba asomarse, pero unas esposas imaginarias se lo impedían. Y desechaba la idea al instante. “Mejor a cobijo”, se decía sin llegar a hablar.

Algo sucedía detrás de ese muro, oía algunos sonidos que no llegó a reconocer. Nunca antes los había escuchado así que no logró asociarlos a ninguna acción. Daba igual, él se sentía seguro.

De repente algo apareció rodando y paso de largo cerca de sus pies. Era pequeño y alargado, una colilla de tabaco quizá. Un casquillo de bala tal vez. Continuo inmóvil y en ese momento contuvo la respiración.

Solo volvió a inspirar cuando dirigió su mirada a lo lejos. La grúa se estaba llevando su viejo Fiat. A media tarde es difícil encontrar aparcamiento en el barrio Sur de la ciudad y finalmente había decidido aparcar en una plaza de minusválidos, con la suerte o no, de que veinte minutos más tarde apareciese Manuel y se viese obligado a llamar a la policía para poder estacionar su coche, como ritual hace nueve años, desde “aquel día”. Antes había llegado a gastar un depósito al mes buscando donde dejar la puta lata de mierda, como él le llamaba. No había vuelto a pronunciar esas palabras.

Es difícil encontrar un guardia de la ley que te permita saltártela, no importa el grado del delito. Y con suerte o no, el denunciado consiguió ahorrarse el trayecto hasta el depósito municipal de vehículos, previo pago en efectivo. Y así, Manuel, continuo con su rutina. Aunque ese día se fue a la cama con media hora de retraso.

Al llegar a casa encendió el ordenador antes de quitarse el abrigo, y en el minuto y medio que tardó en estar operativo, se preparó un sándwich que ni siquiera calentó, dejo todas las prendas que llevaba encima de una silla que ya tenía prendas, y priorizó sentarse delante de la pantalla a ponerse algo en los pies. Rápidamente tecleó el nombre de su banco y accedió a sus cuentas, y confirmo que este mes tampoco iba a poder darse el pequeño capricho. Cambió el estado de su perfil por disgustado, y decidió ponerle fin al día, porque todo le estaba saliendo mal, así lo argumentó él en su cabeza.


Evii A.